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I Presentación
En los últimos 25 años la sociedad chilena, al igual que todos los países de la región, ha tenido cambios profundos que han afectado la vida cotidiana de sus habitantes. Estas transformaciones, que han influido de diversas maneras la vida íntima de las personas, aparecen asociadas a diversos factores entre los que destacan: el abrupto crecimiento e incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo, su creciente autonomía y reconocimiento de sus derechos; la redefinición del papel del Estado y sus efectos sobre las políticas y uso de los recursos públicos, y los procesos de modernización en las instituciones del país.
Tras el golpe de estado de 1973 se inició un profundo cambio en las prioridades de las políticas públicas transformando al Estado, hasta ese momento agente activo en la generación de riqueza y construcción del país a través de desarrollo de fuentes de energía, industrias básicas, obras públicas, transporte, entre otros, y salvaguarda y protector de los sectores medios y populares mediante la educación y salud pública gratuitas, planes de vivienda, subsidio de productos alimenticios, legislación del trabajo, sistema previsional, la sindicalización y capacitación. Con la dictadura se consolida un Estado "subsidiario" de la actividad de los agentes privados y observador de lo que se ha denominado el mercado y la libre competencia.
Esta drástica modificación de la agenda y políticas públicas y de la asignación de prioridades y recursos fue posible por la instalación de esa dictadura. Se suspendieron las libertades públicas, se cerró el Congreso Nacional, se confiscaron y destruyeron los medios de comunicación que no apoyaron la nueva política, se eliminó literalmente a la oposición y se constituyó una fuerte alianza entre la oficialidad de las fuerzas armadas, que había provocado y triunfado en el golpe, con los grandes empresarios, partidos y sectores de derecha cuyo proyecto era transformar al Estado chileno en una entidad subsidiaria de las iniciativas de estos mismos grupos privados y sus socios transnacionales ('las fuerzas del mercado') a través de la política de libre mercado.
La implementación de la nueva política llevó a la modificación no sólo del tamaño del Estado y uso de los recursos públicos, sino también de las reglas de convivencia que habían prevalecido en las seis décadas anteriores, las que permitieron el acceso al uso de recursos públicos y el reconocimiento de ciudadanía -como actores sociales con derechos y deberes legalmente estatuidos- a crecientes sectores de la sociedad hasta ese momento excluidos. Inicialmente los sectores medios, luego a los sectores obreros organizados en torno a las nuevas industrias y a las explotaciones mineras; derechos que se fueron ampliando entre las décadas de los años 30 a los 70 a los pobres de las ciudades y a los campesinos.
Estas políticas permitieron a estos sectores sociales el acceso a la educación y a la salud públicas gratuitas, contar con una legislación del trabajo que establecía, entre otros derechos, el contrato de trabajo y sus condiciones de inamovilidad, el salario familiar mínimo, las asignaciones familiares por hijos, la incorporación a sistemas previsionales y de jubilación.
Dichas políticas, destinadas a establecer y proteger a las familias de los sectores medios y populares contribuyeron a fortalecer, en los sectores medios de la sociedad chilena, la familia nuclear patriarcal y a "construir" en los sectores populares urbanos un tipo de familia semejante. Ello se produce en el marco de las migraciones de campesinos a las ciudades y en las concentraciones de población en torno a las grandes ciudades y explotaciones mineras (Rosenblatt 1995, Baros 1997).
Este tipo de familia nuclear patriarcal, fortalecida y/o creada desde el Estado a través de sus políticas públicas y la correspondiente asignación de recursos, hasta la década del setenta está sustentada en la clara división sexual del trabajo entre el hombre y la mujer y en la separación entre lo público y lo privado.
La redefinición de la agenda pública en el período de la dictadura ?1973-1990-, el uso de los recursos públicos y su política de ajuste afectaron las bases que favorecieron la existencia de este tipo de familia nuclear durante gran parte de este siglo. Se redujo el tamaño del Estado, se privatizó gran parte de las empresas públicas, disminuyendo drásticamente la cantidad de funcionarios tanto de la administración central como de las empresas. Se modificó la legislación del trabajo ("flexibilizando" el contrato de trabajo; restringiendo la sindicalización; jibarizando el salario mínimo y la asignación familiar mediante una drástica reducción del valor adquisitivo). Se privatizó parcialmente la educación y la salud pública. Se modificó el sistema de previsión social, pasando de un sistema de reparto a uno de acumulación y responsabilidad individual. Se eliminó los subsidios a alimentos (precios agrícolas) y a servicios de utilidad pública. Se redujo significativamente los recursos públicos orientados a proteger a los sectores prioritarios hasta ese momento (medios y populares). Se focalizó los recursos hacia los sectores más precarizados de la población a través de programas específicos, transformándose la educación y salud públicas y los planes de vivienda en servicios para la extrema pobreza.
Con el fin de la dictadura mediante el plebiscito de 1988 y la política de acuerdos políticos posterior, la nueva alianza democrática gobernante ha logrado incrementar significativamente los recursos asignados a los grupos protegidos de la sociedad durante la dictadura, pero manteniendo criterios semejantes de focalización y en gran medida, los criterios definidos e implementados por el régimen militar.
Por otra parte, en Chile, desde comienzos de siglo se manifestó la movilización de grupos de mujeres, la que tuvo su mayor expresión en la lucha por el derecho a voto y la ciudadanía (obtenida recién en 1949). Este movimiento reapareció en el escenario público, ampliado y fortalecido, en la lucha contra la dictadura militar, por la defensa de los derechos humanos y el reconocimiento de mayor autonomía y derechos para las mujeres. Formuló, entonces, demandas por políticas públicas que mejoraran la condición femenina. Sus planteamientos se plasmaron en un programa de gobierno para las mujeres el que fue asumido por la coalición gobernante desde 1990, dando origen al SERNAM (Servicio Nacional de la Mujer) y una serie de políticas para la Igualdad de Oportunidades. Posteriormente, las mujeres han seguido con su plataforma de lucha y han logrado la incorporación a la agenda pública de parte de sus demandas, así como la formulación de algunas políticas que tienden a lograr ámbitos mayores de autonomía e igualdad entre hombres y mujeres. Muchas de sus reivindicaciones han sido atendidas y se ha legislado sobre ellas, destinado algunos recursos públicos para su puesta en marcha.
Pero las demandas de las mujeres no sólo se hacen presentes en el ámbito público, sino que también en la vida privada de las familias y las parejas. La búsqueda de creciente autonomía y de mayor equidad con los hombres comienza a producirse al interior de sus parejas y hogares y de alguna manera los varones, y especialmente los padres se han visto afectados.
En este mismo período, los procesos de modernización y globalización de la sociedad chilena se han intensificado y generalizado en algunos ámbitos de la vida social más allá de la economía y los negocios, alcanzando la cultura y los intercambios entre grupos diversos. Es así que pautas culturales inveteradas son relativizadas, afectando a las instituciones tradicionales y a las disposiciones personales, desestimándose usos y costumbres arraigados por generaciones en ellos. La modernidad, en este sentido viene a alterar de manera radical la naturaleza de la vida social cotidiana y los aspectos más personales de la existencia de las personas. Siguiendo a Giddens (1997), la modernidad se puede visualizar en el plano institucional, pero los cambios provocados por las instituciones modernas se entretejen directamente con la vida individual y, por tanto, con el yo, permitiendo que uno de los rasgos distintivos de la modernidad sea la creciente interconexión entre los dos "extremos" de la extensionalidad y la intencionalidad del proceso: las influencias universalizadoras, por un lado, y las disposiciones personales, por otro (Giddens 1997).
Giddens (1992) postula que estos cambios han transformado la intimidad de las personas, cuyas repercusiones afectarían de modo significativo las relaciones entre los géneros, la vida de pareja y de familia, los lazos afectivos de todo tipo y la vivencia de la sexualidad. El patrón de transformación implicaría un paso desde una estructura jerárquica y autoritaria en las relaciones más inmediatas e importantes de los individuos a otra igualitaria y democrática, que enfatizaría el compromiso, la intensidad emocional y la autonomía de los sujetos (Gysling y Benavente 1996).
Pero en este proceso las orientaciones de cambios posibles, que toman las relaciones humanas a nivel íntimo, presentan contradicciones, no se trata de un proceso homogéneo ni único. Coexisten estilos de relacionamiento diversos, algunos de carácter marcadamente patriarcales, con otros más igualitarios. Diversas investigaciones señalan que los cambios sucederían con mayor intensidad ahí donde los influjos culturales de la modernidad calan más hondo: en los sectores sociales ligados a la globalización, a la universalización de ciertos valores, a la convivencia con distintas visiones de mundo y estilos de vida. Otros sectores, en cambio, se opondrán a estos cambios, ya sea por una posición moral-religiosa que reafirma la tradición o por un acceso diferenciado a los procesos de la modernidad, sea por su realidad socioeconómica y/o disponibilidad de recursos culturales.
Es en este contexto, de redefinición del papel del Estado durante los últimos 25 años y de reordenación de la agenda política y de la asignación de los recursos públicos; de creciente fortalecimiento de las demandas del movimiento de mujeres por el fin de las discriminaciones y la igualdad de oportunidades y, finalmente, de modernización y globalización de la sociedad chilena, en el que se debe situar, entender e interpretar la construcción significativa de "paternidad" por los varones, así como prácticas verbalizadas en sus discursos.
Debemos esperar que estas profundas modificaciones afecten de alguna manera la viabilidad, tanto presente como futura, de la familia nuclear patriarcal en los sectores medios y populares, la división sexual del trabajo y la separación tajante de lo público y lo privado al interior de ella y, asimismo estos fenómenos se deberían manifestar en las prácticas y los sentidos subjetivos de los padres y la paternidad, así como en las relaciones con sus parejas e hijos/as.
El estudio de la historia de la vida cotidiana en Europa ha mostrado cómo a través del tiempo, el ejercicio de poder del padre sobre sus hijos y del esposo sobre su mujer ha sido reducido y acotado, generando formas y espacios que protegieran tanto a los hijos como a las esposas del poder omnímodo del padre. Siguiendo a Elias (1998), en la medida en que la sociedad se fue civilizando, se reduce el campo de violencia y el uso de la fuerza del padre hacia su mujer y sus hijos, transformándose muchos comportamientos antes aceptados socialmente, en delitos ahora penados. Esposas e hijos reciben la protección de la sociedad a través del Estado y éste se interpone en el campo de dominio del padre.
En atención a todo esto, podemos afirmar que la paternidad constituye un
espacio privilegiado para el estudio de los cambios en el dominio que
históricamente ha ejercido el varón sobre su(s) mujer(es) e hijos, permite
asimismo observar la lucha que se produce entre los miembros de la familia por
lograr mayores espacios de libertad y autonomía así como relaciones más
igualitarias y comprender las transformaciones que se producen al interior de la
familia.
II Ser Padre, un mandato
De acuerdo a nuestras investigaciones, el modelo hegemónico de masculinidad plantea a la condición adulta la exigencia de la paternidad. Los hombres 4/ adultos son/deben ser padres, la vida en pareja la convivencia/matrimonio tiene como basamento la procreación, el tener hijos 5/ . Ser padre es participar de la naturaleza, está preestablecido y no se cuestiona, salvo que se quiera ofender el orden natural.
Como la paternidad es constitutiva y uno de sus principales ejes, según el modelo de masculinidad hegemónica, reafirma mandatos y les da sentido en la vida cotidiana, entrecruzando dimensiones fundamentales de la identidad masculina con el hecho de ser padre: el padre es una persona importante, es el jefe de familia, la autoridad del hogar; su trabajo permite proveer a la familia y a los hijos; prueba y ejerce su heterosexualidad a través de los hijos que procrea, y demuestra su poder siendo fecundo. El padre así, tiene un destino señalado: constituir una familia, estructurar relaciones claras de afecto y autoridad con la mujer y los hijos, que le permitan proteger, formar y proveerla en un espacio definido, el hogar. A la mujer, por su parte, le corresponde la crianza, ordenar el hogar y colaborar con el padre/marido. "Para mí ser hombre es sinónimo de generar recursos, sinónimo de trabajar, sinónimo de sacar la familia adelante cuando uno es hombre y es casado. Ser hombre, es como quien dice, ponerse los pantalones, porque hay que apechugar, cuando uno es hombre tiene su actividad sexual, de la actividad sexual nacen los hijos, los hijos necesitan alimentarse, estudiar, vestirse, y ahí uno se hace hombre, cuando puede apechugar en la familia" (Pancho, 28 años, popular)
La paternidad es parte de la identidad genérica masculina y opera como un elemento estructurante del deber ser en el ciclo vital de los hombres. A nivel identitario, el varón se enfrenta a desafíos/mandatos entre los que destacan: trabajar, formar una familia y tener hijos. Es uno de los pasos fundamentales del tránsito de la infancia/adolescencia hacia la madurez, uno de los desafío que debe superar. Es, asimismo, la culminación del largo rito de iniciación para ser un "hombre". Si tiene un hijo se reconocerá y será reconocido como varón pleno, se sentirá "más hombre" (Valdés y Olavarría 1998). "Cuando nació mi hija, estaba completo el ciclo. Era papá. Se estaba cumpliendo la función básica encomendada por Dios: procrear. Aquí hay un hombre íntegramente hecho, completo" (Darío, 25 años, popular), "No se termina de ser hombre si no se tienen hijos. Es parte de la esencia de un hombre completo, íntegro" (David, 43 años, medio alto).
Entre los mandatos del modelo hegemónico de la masculinidad se destaca aquél
que afirma que los hombres son heterosexuales, les gustan las mujeres, las
desean; deben conquistarlas para poseerlas y penetrarlas (Valdés y Olavarría
1998) y la forma quizás más importante para de reafirmar su condición de
heterosexual, es teniendo un hijo "de una mujer". De la paternidad se puede
decir, siguiendo a Norma Fuller (1997) que pone fin, al menos por un momento, al
riesgo del repudio, le permite no caer en lo abyecto ante los otros/as y le
mantiene dentro de las fronteras de la masculinidad "honorable". "Ser papá es
importante, para demostrar de que se puede procrear" (Eugenio, 46 años, medio
alto).
III Los sentidos de la paternidad
Ser padre es ser importante y le da sentido a la vida. Ser padre, por un lado, da derechos, el hombre es la autoridad en su casa, el jefe del hogar, el proveedor, el responsable (Valdés y Olavarría 1998), por otro le da sentido a su vida, a su trabajo, le obliga a madurar y le permite realizarse como persona; le dota de un proyecto por el que vale la pena luchar. "Mi hija significó mucho para mí, cambió mi vida, porque ya tenía dos personas a mi lado que iban a depender de mi. Me tuve que fortalecer más y entregarme, con más cariño" (Francisco, 20 años, popular).
De acuerdo con los testimonios recogidos, los hijos pasan a ser un factor fundamental en la vida de los varones, especialmente de sectores populares. Señalan que quieren lo mejor para los hijos y que lleguen a ser más que ellos. En los hijos se deposita la esperanza de lograr lo que ellos no han alcanzado; así lo sintieron algunos de sus padres, y así lo esperan ellos de sus hijos. El ser padre reorienta al varón en su vida. "Ser padre es querer siempre lo mejor para los hijos, que tengan una vida mejor que la de uno. Es una responsabilidad que uno tiene con ellos de educarlos" (Felo, 52 años, popular).
Ser padre es asumir una responsabilidad, con la cual los varones muchas veces sueñan para formar una familia, su propia familia. Obliga a asumir una serie de obligaciones para con los hijos y la pareja; a entregarles protección, cariño, enseñarles. "Tener hijos no es una cuestión como comprarse una pelota de fútbol, implica una responsabilidad super grande" (Patricio, 32 años, medio alto), "Es asumir una responsabilidad, pero una responsabilidad con la cual uno sueña. Es lo que uno espera cuando quiere formar una familia" (Hermano, 39 años, popular).
La búsqueda de proyección, a través del tiempo, está representada en los hijos. Con la paternidad se demuestra la capacidad de procrear, de plantar la semilla que le permitirá prolongarse en la historia. Los hijos significan perpetuar la familia, la continuidad del apellido y en definitiva, la propia proyección, aunque a veces les cueste reconocerlo. Pero tener hijos, como mandato para asegurar la descendencia, pierde fuerza en la experiencia de la paternidad y en el cariño hacia ellos. Las preferencias para algunos varones, especialmente en el primer hijo, son por que éste sea varón, mantiene el apellido del padre. Muchas veces los varones emparejados/casados sientan la presión de sus propios padres por tener hijos; los abuelos quieren nietos. "Para dejar mi semillita, sea buena o mala, el destino va a ver" (Keko, 25 años, popular), "Además es una necesidad por parte de los abuelos que lo presionan a uno para tener hijos" (Juan, 32 años, medio alto),"Es una dicha tener a un ser vivo propio donde uno ayudó a poner la mitad de los genes" (Clark, 42 años, medio alto), "La paternidad es un deber para el hombre, dejar descendencia. Después, con el amor que uno siente por ellos le da otro significado especial, no tan sólo de cumplir. Antes pensaba que era una obligación para continuar el apellido, pero después uno se da cuenta de que esas son puras leseras 6/ " (Loco Soto, 69 años, popular).
Ser padre es algo connatural a la vida en pareja, y los varones esperan tener hijos en esa relación. No siempre es una cuestión reflexionada por el propio varón ni con la pareja, salvo el deseo sobrentendido de que tendrán hijos. Especialmente el primer hijo, llega, para los varones, porque tiene que ser así. Es una paternidad muchas veces esperada, pero no decidida. "Los hijos son como esas cosas que uno no se plantea muy seriamente, porque son como parte de aceptar vivir. Es lo que todas las parejas esperan. Uno vive para tener hijos. Además es atractivo, es una novedad saber cómo va a ser un hijo de uno. No deja de ser una aventura y una apuesta interesante" (Alberto, 46 años, medio alto), "Es algo natural, esperado desde el momento en que uno se casa" (Charly, 48 años, popular).
Los hijos consolidan la relación de pareja, fundan la familia y le dan sentido a la vida. Sin hijos, muchos varones consideran que la familia está incompleta, "tres hacen familia", se dice. Los hijos, muchas veces, son esperados y deseados, al iniciar la vida en pareja. Ellos estructuran al núcleo familiar que se ha constituido y cambian la vida de la pareja y, por supuesto, la del varón, "Yo pensaba que tener hijos era lo más hermoso, te enseñaba a relacionarte más con tu mujer. Porque sin un hijo, una pareja no es nada. No hay amor, no hay cariño. Entonces tú deseas tener un hijo, ojalá, lo antes posible" (Chucho, 29 años, popular),"Tener un hijo era algo que deseaba profundamente para consolidar la familia" (Juan Pablo, 38 años, medio alto).
El varón que es padre ya no estará más solo, tendrá un compañero. Un hombre sin hijos tendrá un futuro solo y una vejez triste y sin apoyo. Los hijos son el apoyo para la vejez, habrá alguien que le ayude y le acompañe. "Yo creo que el hombre necesita tener hijos tanto como la mujer, porque, qué pasa, que cuando un hombre ya tiene 40 o 50 años, siente la necesidad de tener un compañero. Alguien que lo cuide, que se haga cargo de mí" (Pancho, 27 años, popular), "Un cambio fuerte en su vida, ya no estará más solo" (Wally, 40 años, medio alto).
Según sus propias palabras, para los padres, en general, tener un hijo es una experiencia inolvidable. No es comparable con otras vivencias, no es posible perdérsela. Es el fruto del amor. Pero tener hijo/s es un desafío que el varón tiene ante sí. Los varones se mueven en esta tensión. No les es indiferente. Algunos pueden optar por la paternidad, esa es una decisión personal, respetable. Por ello, en general, no plantea como recriminable la ausencia de hijos, pero es visto como una limitación, porque se pierde una experiencia única, se priva del gozo de los hijos. Aunque también es visto por algunos como un acto de responsabilidad, si el varón concluye que no puede responder a las demandas que implica la paternidad. "Yo creo que es lo más lindo que le puede pasar a un hombre" (Daniel, 22 años, medio alto), "Ser padre es lo más grande que me ha pasado" (Guido,26 años, popular), "Un hombre que no tenga hijos tiene la vida incompleta, le falta algo" (Jonás, 33 años medio alto), "Es triste no tener hijos, es perderse esa experiencia" (Pablo, 46 años, medio alto), "Un hombre sin hijos debe sentirse mal, pero al mismo tiempo es más inteligente si no se ha casado, porque no se ha echado ninguna responsabilidad encima ni tampoco ha traído al mundo hijos que lo van a pasar mal" (Choche, 50 años, popular).
Se espera que los varones tengan hijos cuando se casan. En los sectores medios, especialmente, se espera que los hijos vengan cuando el varón tiene una profesión, trabajo estable y se ha casado. Ese es el proyecto de vida, pero muchas veces se ve frustrado, especialmente en los adolescentes que embarazan a sus pololas 7/ (Olavarría y Parrini 1999). "Tener hijos es algo que uno espera cuando se casa," (Juan, 32 años medio alto), "Es una parte importante del proceso de la pareja, el objetivo final del matrimonio, algo natural, esperado" (Franco, 41 años, medio alto), "Si uno se casa con un proyecto de familia, significa que dentro de ese proyecto hay que considerar a los hijos" (Clark, 42 años, medio alto).
Los hijos pueden también precipitar una unión, especialmente en los sectores populares. Con el embarazo se puede comenzar a convivir, siempre que haya un lazo amoroso o de afecto con la pareja; generalmente como allegados en el hogar de los padres de ella o de él. Convivir no necesariamente significa casarse. "Fue poco después del embarazo, debe haber sido muy rápido. Cuando ella se embaraza, decidimos los dos el vivir juntos" (Marcelo, 21 años, popular).
Pero tener un hijo no siempre significa sentirse padre y/o ejercer la
paternidad, como lo veremos más adelante.
IV Ser jefe de familia y proveedor: continuidad y cambio
Las políticas económicas de los últimos 25 años han tenido severas consecuencias en el mercado de trabajo: sobre los puestos de trabajo, su estabilidad, la calidad del empleo y los niveles de remuneración. Es creciente la distancia entre los grupos extremos, según niveles de ingreso, pese a que el país genera más riqueza. Los sectores populares sienten con mayor rigor los efectos de esta situación, toda vez que se tornan más difíciles las aspiraciones por una mejor calidad de vida.
Uno de los mandatos de la masculinidad hegemónica que tiene más arraigo entre los varones de sectores populares es el de ser jefes de hogar y lo son por su calidad de proveedores. Así lo siente la mayoría de ellos en su hogar. Ellos salen a trabajar, ganan el dinero, lo aportan e imponen un orden al interior del hogar. Se espera, según ellos, que provean, planteen soluciones y den respuesta a las cuestiones principales de la vida en el hogar. Con la inestabilidad laboral, el ingreso precario y la ruptura, durante la dictadura, de las redes sociales que relacionaban al hombre popular con sectores que estaban más allá de la familia y el barrio (sindicatos, partidos políticos, organizaciones civiles sin fines de lucro, entre otras) el hogar se ha transformado en el espacio más importante en el que el hombre puede ejercer dominio.
Ello, al contrario, no sucede así con los varones de clase media alta, a quienes estos cambios no les han afectado en su calidad de proveedores principales, y su mundo social y las redes de la que forman parte les permiten convivir en distintos espacios y ejercer normalmente dominio en otros, por ejemplo en su trabajo sobre terceras personas, además de su hogar. Asimismo las mujeres de este sector son las que en mayor número han ingresado al mercado de trabajo, con altos niveles de escolaridad haciendo aportes económicos al hogar.
La necesidad de ser jefe de hogar se justifica además, especialmente entre los padres de sectores populares, como respuesta a la inseguridad y/o incapacidad de la pareja para tomar decisiones en algunas cuestiones que son de la mayor importancia para la familia; las mujeres muchas veces piden la opinión del varón antes de actuar, aunque a veces perciben que a ellas le gustaría hacerlo sin consultarlo, pero no se atreven, tiene que aprender. En este sentido, según los varones, las mujeres reafirman su autoridad y les reconocen el derecho que tienen para ejercerla. "Objetivamente sí. Porque muchas veces se espera lo que yo plantee para poder tomar una determinación y aunque muchas veces no se comparta mi determinación, se asume. Básicamente es por la inseguridad que tiene mi esposa de sus capacidades mismas" (Joaquín, 33 años, popular), "Sí, jefe de familia porque soy el que lleva los pantalones y se pone con todo, soy el que se la gana" (Herminio, 36 años, popular).
Pero, para muchos padres de sectores populares, especialmente los más jóvenes, la autoridad no se puede ejercer como se hacía antes. Ahora se debe escuchar la opinión de los miembros de la familia, especialmente de la pareja, tiene que haber más participación; aunque no es fácil a veces articular intereses contrapuestos e imponer su autoridad. El hacer participar a la pareja es mostrado con orgullo por muchos varones, 'le permiten' a la mujer entrar en el mundo de las decisiones "importantes" del hogar. Pero asimismo creen, en general, que son ellos los que ponen la nota final y se acepta lo que han determinado. "Sí, mi señora me acata muy bien, pero no porque yo sea la cabeza del hogar voy a hacer lo que quiera, también tengo que pedirle opinión" (Francisco, 20 años, popular), "Primeramente, comunicativo, luego cariñoso y por último director, dirigir su familia pero no con opresión. Es que ser director no significa chicotear a las personas. Es como lo que hace el administrador. Antes exigían la teoría de la zanahoria y el garrote, hoy día la teoría dice lo contrario, dice que debe haber participación, comunicación. Los padre tenemos que hacer eso mismo" (Gabriel, 57 años, popular).
Al inicio de la convivencia los padres populares, cuando son jóvenes, reafirman su calidad de jefes de hogar, pero con el tiempo algunos de ellos comienzan a sentir que tal jefatura es una responsabilidad compartida. Los padres de sectores medios alto y particularmente los menores de 40 años lo estiman o han estimado así desde la partida. Para estos padres, ambos miembros de la pareja se tienen que consultar, especialmente cuando la mujer trabaja y aportar recursos económicos al hogar. Estos varones sienten que ambos son jefes de hogar, que se debe compartir las opiniones, conversar los problemas que enfrentan y quién toma las decisiones y las implementa dependen de la circunstancias. "Es una responsabilidad compartida. Al principio era así, pero después no, porque era más o menos equiparada la cosa con mi señora. Ella era abogada, funcionaria también" (Lisandro, 69 años, medio alto).
Proveer es una responsabilidad y una obligación que tiene el padre para con la mujer y los hijos, no depende de su voluntad serlo; le ha sido inculcado desde siempre y es parte de sus vivencias. Proveer es sentido como una exigencia que nace con el hecho de ser varón, y que debe asumir al comenzar a convivir y tener un hijo, sin que nadie se lo tenga que decir o recordar. Ser proveedor es aportar el dinero para el hogar y con ello darle sustento, protección y educación a la familia. Darle una mejor calidad de vida. "Yo soy el que traigo todo el 'money', soy el que apechugo 8/ con mis crías y por ellas. Es mi responsabilidad; darle educación a mis hijas, llevarles sustento todos los días a la casa no es ningún favor que les estoy haciendo a ellas. Porque yo asumí casarme, formar un hogar, una familia y supongo que, en general, todos los hombres piensan igual" (Sardina, 27 años, popular), "Un padre al menos debería tener como requisito proveer lo mejor que pueda. Yo creo que eso es fundamental, así como está planteada esta vida y esta sociedad los roles principales son los de proveedor" (Alberto, 46 años, medio alto).
En general, el padre siente que el aporte que hace es reconocido por su mujer y sus hijos y que con esos recursos viven. Los varones se sienten bien trabajando, precisamente porque les permite ser proveedores, ganar su dinero y llegar con él al hogar. El dinero que él aporta es para toda la familia, aunque muchas veces no sea suficiente para la calidad de vida que quisiera tener y, en algunas ocasiones, en padres de sectores populares, falte para terminar el mes; esto les produce frustración y dolor. "Bueno, a mí me gusta llegar a la casa el viernes, porque me pagan los días viernes, llegar con mi plata y entregársela a mi esposa, lo que necesita ella; me gusta esa labor de ser el proveedor del hogar. A ella también le gusta que trabaje uno, para traer el sustento al hogar, ella siempre me dice así" (Francisco, 20 años, popular), "Por un lado me siento bien de poder ayudar, por otro lado me siento muy mal de no poder acceder a algunos niveles mayores que nos puedan provocar alguna felicidad adicional a mis hijos, a mi familia, normalmente esas son las dos sensaciones que están ligadas a un mismo patrón" (Joaquín, 33 años, popular).
Y en ese sentido confían en tener la fuerza suficiente para seguir trabajando y así proveer y criar a sus hijos, para que no les falte. Les angustia, incluso, pensar en una enfermedad que pueda impedírselos. "No me puedo enfermar, no me puedo dar ese lujo, no puedo hacer locuras" (Juan Pablo, 38 años, sector medio alto).
En los sectores populares, que el varón sea el proveedor exclusivo permite a la mujer dedicarse especialmente a la crianza de los hijos y al hogar. Define la división sexual del trabajo, los "roles" complementarios, -básicamente complementarios de la mujer con el hombre- y, en gran medida, el mundo de lo público y lo privado; el primero, para los padres, y el otro, para las madres. Su "rol" y responsabilidad de madres obliga a las mujeres, según muchos varones y también mujeres en otras investigaciones, a hacerse cargo de los hijos, estar a su lado y educarles; a lo menos mientras sean pequeños. Estas obligaciones están asociadas a ser madre, esposa y "dueña de casa": alimentar a los miembros de la familia, mantener la higiene y ornato, cuidar la ropa, educar a los hijos, acompañarlos en sus estudios, cuidar a los enfermos, entre otras múltiples actividades, además del respeto y afecto hacia el marido/pareja (Valdés 1988). Si ellas no están en el hogar puede significar el derrumbe de la familia. "Cuidar a los niños, a su familia" (Nano, 35 años, popular), "Bueno, la mamá tiene la responsabilidad inherente a la dueña de casa, de cocinar, planchar, lavar y la misma que nosotros en el sentido de también educar a los hijos, inculcarles valores, proyectarles cosas" (Marmota, 53 años, popular).
Pero estos criterios, fuertemente asociados a la división de lo público y lo privado entre hombres y mujeres han sido afectados por la búsqueda de autonomía de las mujeres y de relaciones más igualitarias en la pareja, originadas en la modernidad. La división sexual del trabajo se ve cuestionada por una proporción creciente de varones, especialmente los más jóvenes y de sectores medios alto, que estiman que las mujeres tienen los mismos derechos y deberes que ellos, considerando que ellas pueden decidir libremente lo que desea hacer, dentro de un clima de respeto y comprensión mutua. La opción de que las mujeres trabajen remuneradamente es su derecho, así se desarrollan como personas, se sienten capaces, tienen otras preocupaciones, no están siempre encerrada en la casa, puedan ganar su plata y aportar a la mantención del hogar. Para estos varones, tanto mujeres como hombres deben preocuparse de la crianza y mantener el hogar. Muchos participan ya en las actividades del hogar, cuando ellas trabajan remuneradamente y aportan al hogar.
Crecientemente los varones desean que las mujeres participen como proveedoras y/o ellas así se los están planteando, exigiéndoles o ya lo hace. La mujeres más jóvenes comienzan a ponerlo como condición para establecer una relación de pareja/casarse, especialmente en los sectores medios altos. Es así que el mandato de que el varón debe ser el proveedor de la familia, comienza a perder fuerza y se comienza a esperar que sea compartida. En algunos casos, en sectores medios bajos y populares, ellas son las que hacen el aporte constante y principal y los varones aportar recursos variables, según los ingresos que tienen en trabajos no permanentes. Esto es especialmente valedero en aquellos casos donde las mujeres tienen contratos de trabajo estables ? empleadas/profesionales de la administración pública, grandes empresas, comercio- y los varones contratos de obras, a 'honorarios', que una vez finalizados, terminan la relación contractual (cuando la hay). En los sectores populares sucede con los obreros de la construcción, y en los profesionales, con las consultorías y trabajos a honorarios. "Es una responsabilidad que debe asumir la pareja. Mi mujer es la proveedora principal, quizás en términos de monto yo la puedo superar en algún momento, pero en términos de estabilidad, nunca sé cuánto voy a ganar al mes siguiente, no tengo esa certeza" (José, 30 años, medio alto). "No es una tarea excluyente para la esposa, es compartida, inclusive por los hijos también, creo que cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad que cumplir y por lo tanto, hay que desarrollarla, hay que ejecutarla." (Joaquín, 33 años, popular).
Aunque el hecho de que la mujer participe como proveedora genera pensamientos y sentimientos encontrados, especialmente entre algunos de sectores populares porque "alguien" tiene que estar en la casa y criar a los niños, muchos varones por la precariedad de sus trabajos y sus ingresos escasos, sienten cada vez más pesada la carga de ser los únicos proveedores e impulsan a la pareja a que lo haga, "Ponte tú que ella trabajara, sería un alivio, porque alcanzaría para todos los gastos" (Víctor, 35 años, popular).
Las opiniones en torno al trabajo remunerado de las parejas/madres son contrapuestas, conflictúan a los varones, quienes se debaten entre los mandatos de la masculinidad hegemónica, las demandas de mayor autonomía de sus mujeres y de mejor calidad de vida de su familia. Especialmente para algunos varones de sectores populares, es (era inicialmente) inaceptable que las parejas/madres salgan a trabajar: no pueden abandonar el hogar y dejar a los hijos sin su cuidado, cuando empiezan a trabajar los descuidan. Pero, además presumen que si la mujer trabaja nace en ellas el afán de competir con el varón. Fundamentalmente, sienten que las parejas adquieren una libertad que no tienen/tenían, las hace más independientes y comparables a ellos. Aunque a muchos les haya costado aceptar que sus mujeres trabajen y aún lo sientan así, reconocen que su aporte es muy importante, especialmente cuando los recursos son escasos, se quiere mejorar el nivel de vida de la familia y los hijos ya están en el colegio. En aquellos casos en que las parejas no trabajan remuneradamente, los varones reconocen que es probable que lo hagan en un futuro, sea porque ellas lo decidan o las condiciones de vida de la familia lo requieran. "Tuvimos unas discusiones cuando ella recién empezó a trabajar, porque yo me sentí mal, me dio la 'depre', me decía a mí mismo que no podía alimentar a mi familia, 'que yo soy el que tiene que proveer', entonces de a poco fuimos conversándolo hasta que me di cuenta de que ella realmente lo necesitaba. No me gustó mucho, tal vez me pasé rollos también: que 'va a tener más libertad'. Al principio me costó aceptar, hasta que acepté. Ahora lo encuentro bien, porque yo la estaba haciendo a ella como una especie de esclava de la casa, y la dejaba ahí, que no viera el exterior, como una ventana cerrada, y el trabajo, por lo menos la ventana, se le abrió y el criterio de ella se le amplió; poder optar a otras cosas y ver otro tipo de mundo, no solamente el de la casa y la misma rutina, yo creo que debe cansarle a cualquiera" (Antonio, 48 años, popular).
Cuando la mujer trabaja, la vida del hombre se ve alterada en el hogar, especialmente en los sectores populares, donde no hay posibilidad de contratar otra persona para el servicio doméstico. En ese momento reconocen lo que significa el trabajo de la mujer, porque deben suplirla. Aquello que les parecía tan natural se desarticula y tiene un costo para ellos. Tienen que asumir responsabilidades en el hogar que hasta ese momento no tenían. Ponerse de acuerdo con ella y ejecutar algunas labores que antes realizaba la mujer/madre, especialmente si hay niños pequeños y los horarios obligan a compartir las obligaciones de la crianza. "Me complica a mí, en el sentido de que alguien se tiene que quedar con el niño" (Pedro, 46 años).
La inestabilidad laboral en los últimos 25 años se ha transformado, como diría una varón entrevistado, en un "dato de la causa". Está en las expectativas y experiencia de muchos. Pero para un varón/padre quedar sin trabajo es una de las experiencias más desestructurantes que debe enfrentar (Valdés y Olavarría 1998). Los hombres 'son del trabajo' dice uno de los mandatos de la masculinidad hegemónica. De allí que perder el trabajo, quedar cesantes les significa perder su autoridad, poder, prestigio. Subjetivamente se siente humillados. Les afecta su autoestima. Sin trabajo son hombres manchados, que han perdido dignidad. Sólo el hecho de pensar en quedarse sin trabajo le pone mal; peor, cuando efectivamente lo pierde. Se siente desesperado, frustrado, dolido.
Pero las vivencias de la falta de trabajo son distintas en hombres de sectores medios altos que en populares. Los primeros normalmente se incorporan al mundo del trabajo siendo adultos, con una profesión, en general, universitaria. Primero estudian y luego trabajan. La profesión les permite un ingreso rápido a un trabajo que, a lo menos, mantiene el nivel de vida de sus hogares de origen. Ellos no sienten, en general, que lograr un trabajo sea una limitación, incluso lo puede autogenerar, crean sus propios trabajos, definen sus condiciones y en muchos casos sus remuneraciones. Ellos son gerentes, consultores, artistas, pequeños y medianos empresarios de actividades altamente calificadas, profesores universitarios, asesores de organismos gubernamentales. Por lo tanto, pueden hacer frente a las responsabilidades familiares, ser proveedores. Para estos varones/padres la pérdida del trabajo, más que una pérdida económica que afecte su condición de proveedores ?para lo cual tienen defensas y recursos profesionales, ahorros y redes de apoyo? les genera una crisis personal, les produce depresión, pierden energía vital, se sienten discapacitados; les genera inseguridad, dudas acerca de sus capacidades; incertidumbre; frustración que les digan 'usted no sirve'. Pero son pocos los que tienen la experiencia de quedar sin ningún trabajo, cesantes.
Los entrevistados populares, en cambio tienen la experiencia de la cesantía; en general han quedado cesantes en diversos momentos de su vida; entre los jóvenes, es una situación cotidiana (Olavarría, Benavente y Mellado 1998). Pese a lo doloroso, se acostumbran a ello. Estos hombres, al perder el trabajo sienten que no son respetados, los pasan a llevar, pierden su autoridad, pierden su poder. Subjetivamente pierden sus atributos principales: ser importantes, responsables de los suyos y relativamente autónomos. No son respetado por su familia, que es el espacio donde ellos mandan. Se sienten limitados, no pueden ejercer su dominio.
Con la cesantía los varones/padres de sectores populares ven reducido el mundo externo al hogar, el de los hombres, la calle, lo público y pasan a depender del mundo del hogar, de las mujeres, femenino. Aquí son extraños, se aburren. Si la mujer no trabajaba hasta ese momento, es una buena ocasión para que lo haga, según ellos. Pero el ser mantenido, provisto por la mujer es algo que resulta incómodo, vergonzoso, doloroso; el varón/padre se siente inútil, está en el hogar sin saber qué hacer. Se siente culpable por no poder ayudar con la mantención del hogar. "Yo me siento con harta culpa" (Moncho, 28 años, popular), "Cuando a uno lo despiden de una pega la autoestima se le va a la mierda" (Pedro, 46 años, popular).
En caso de cesantía algunos varones, cuando la mujer trabaja remuneradamente y provee, se deben hacer cargo de la casa, deben asumir las responsabilidades que la mujer ha tenido tradicionalmente en el hogar, de crianza y mantención, y a la vez vivencian en "carne propia" lo que significa el trabajo de los hombres para las mujeres. "Llegaba cansada, trabajaba hasta tarde, molesta porque necesitaba tiempo para sacarse la pintura. Llegaba como a las nueve y a las diez ya estaba muerta de sueño y se quedaba dormida. Debe dar rabia cuando uno llega a la casa a acostarse y la señora está esperando y uno llega a dormir no más" (Toño, 28 años, popular), "Ahí me di cuenta que realmente la mujer tiene un trabajo tremendo en la casa, que tiene que estar las veinticuatro horas del día disponible. Porque, qué pasa, el hombre trabaja ocho, diez horas, vuelve a la casa a sentarse y lo atienden, ¿no? Pero yo me di cuenta lo que es estar ahí, cuando se desvelaba, porque se enfermaba una niña en la noche" (Pez, 43 años, popular).
Hacerse cargo de las 'labores del hogar' hace sentir mal al hombre, aun
cuando la mujer sea cuidadosa con él, no le saque en cara su situación y le
apoye durante su cesantía. El varón, especialmente al inicio, se siente indigno,
no tiene dinero para sus gastos; la mujer le tiene que pasar dinero; no se lo
puede comentar a nadie, sería visto como un 'zángano'. Pero luego, no le queda
sino asumir su condición de tal y de alguna manera se trata de adaptar, hasta
que encuentre un nuevo trabajo. Asume en el intertanto las labores de la
crianza, como alimentación y aseos de los niños, cuidarlos y enseñarles,
responder a sus requerimientos. Pero esta participación en la crianza se
interrumpe cuando vuelve a trabajar. La cesantía es, para algunos una
oportunidad para sentir el amor, cariño y solidaridad de la mujer hacia él, o
por el contrario, el menosprecio y rechazo. "Estuve seis meses sin trabajo,
desesperado, buscaba por un lado, buscaba por otro, ella me vestía, ella
apechugaba con la casa, con sus niñas, con el colegio. Yo hacía almuerzo,
cocinaba, hacía aseo, la atendía a ella en todo. Me sentía mal. Porque nunca
andaba con un veinte en los bolsillos. Al hombre de por si le gusta andar con su
billete en los bolsillos y aunque entrego toda la plata, sé que estoy
entregándola, soy el que me saco la cresta, en cambio ella no. Ella se sacaba la
cresta, me vestía, me compraba zapatos, de todo, ningún problema y cuando
salíamos, por debajo me decía "toma ahí tienes quince lucas 9/ , salgamos" pero
yo me sentía mal porque le estaba gastando la plata a ella" (Sardina, 27
años, popular).
V La participación de los padres en la crianza y socialización
Este es quizás uno de los ámbitos de la paternidad donde los efectos de la modernización en la vida íntima de la pareja y las personas ha hecho su mayor impacto. La búsqueda de autonomía y de una relación más estrecha, de mayor intimidad por parte de la pareja y los hijos, y muchas veces del propio varón, genera múltiples tensiones en los sentimientos y prácticas de los padres, que se expresan en la crianza y socialización de los hijos. Incentivados a hablar sobre la crianza, los varones muestran una imagen digna de ellos, que de alguna manera señala que han incorporado relaciones más igualitarias con sus parejas y de cercanía afectiva con los hijos. Pero no hay que engañarse, una cosa son los relatos de los varones entrevistados y otra, las práctica efectivas; las últimas no las conocemos.
Los varones aprendieron qué se espera de un padre en la crianza a través de sus vivencias y las enseñanzas de sus propios padre y madres. Los padres aparecen como personajes multifacéticos: por un lado amados, queridos y respetados, por otro temidos, lejanos y algunas veces odiados, sus comportamientos muchas veces son ambiguos, confusos; rectos en algunas ocasiones y tramposos, en otras (Olavarría, Benavente y Mellado 1998).
El padre es una figura que se presenta a los ojos de los varones, muchas veces, con profundas contradicciones: puede ser cariñoso en un momento y en otro castigador; a veces es una persona respetuosa de su mujer, pero también un maestro en el uso del poder con ella y otras mujeres; amante de los hijos y distante de ellos. "La relación de ellos, era buena. Los problemas eran cuando desaparecía una semana, dos semanas y después llegaba." (Keko, 25 años, popular), "Mi mamá me cuenta que mi papá era mujeriego, pero se llevaban bien." (Yayo, 26 años, popular), "Mi papá una persona muy correcta y severa; muy rígida, de castigos y retos permanentes, y cinturones permanentes. Me pegaba con su cinturón" ( Mauricio, 32 años, medio alto).
Del padre vivenciaron que éstos, en general, tienen poca predisposición para escuchar a los hijos, porque están poco en la casa y trabajan, aunque algunas veces juegan o salen a pasear; que el padre quiere que sus hijos progresen, que sean más que él.
Entre los varones de sectores populares es más común que el padre no siempre aporte a la mantención de la familia, a veces da poco o nada y se emborracha. Asimismo, que el padre puede maltratar a los hijos, pegarles, al igual que lo hace con la mujer pero hay que aceptarlo, porque es el padre.
En general, la percepción contradictoria que los varones tienen de su padre en la crianza y socialización les hace sentir, y así lo declaran, que no están preparados para ser padres al momento de nacer su primer hijo. Como dice el proverbio, cuando viene el hijo nace el padre. Pero tampoco hacen mayores esfuerzos para averiguarlo antes de enfrentarse a la paternidad y así encontrar formas distintas a la paternidad contradictoria que vivenciaron. Esta postura lleva, en principio, a reproducir las formas vivenciadas de ejercer la paternidad en la crianza con sus propios hijos. Pero sus mujeres y los propios hijos no se lo harán fácil. La paternidad así, es enfrentada como un fenómeno espontáneo; daría la impresión que sorprende en cierta medida a los varones. Salvo tener claro que deben hacer frente a las responsabilidades que supone el hecho de ser padre, reconocerlo y proveerlo, la crianza no está presente, aunque se añore. "Lo único que te puedo decir que sí sabía, era que iba a responder" (Marco, 32 años, popular), "No estaba preparado para ser papá. Lo quería ser, pero no estaba preparado" (Nano, 35 años, popular).
Los padres, especialmente los mayores, se mantuvieron en los primeros meses más bien distantes del niño, hasta que éstos comenzaron a hacer manifestaciones de mayor de sociabilidad. Se sentían torpes y en un espacio, en gran medida, privativo de la madre. Ellos eran más bien observadores. Los padres jóvenes, en cambio, consideran que les corresponde involucrarse activamente en la crianza de los primeros meses y así lo hacen. "Yo hacía de todo. Desde ponerle la cremita, que había que desinfectarle el ombligo, las leches, todo, absolutamente todo. Jamás pensé que esa fuera una labor que a mí no me correspondiera" (Patricio, 32 años, medio alto), "Te diría que los primeros tres meses prácticamente nada" (Mauricio, 32 años medio alto), "Los primeros meses de vida no los tomaba. Yo nunca he podido tomar una guagua, me pongo duro y me duelen los brazos, el cuerpo, todo" (Carlos, 56 años, popular).
En los primeros meses de vida de los hijos, los padres tienen la experiencia del contacto físico con ellos. Así lo señalan persistentemente los más jóvenes, aunque esa experiencia la han tenido también algunos mayores. Sienten una necesidad de observar, tocar, acariciar, hacerles sentir su amor y el cariño. Algunos se pasean en la noche con el/ella, le hacen dormir, le dan la comida, cambian los pañales, le lavan. Esto sucede especialmente con los primeros hijos, los que le siguen muchas veces no tienen ese privilegio: algunos varones pierden el entusiasmo del primero, aunque señalen también que quieren a los otros; para eso está la madre. "La miraba, jugaba con ella, la tomaba en brazos, pasaba mirándola. Me preocupaba de que estuviera bien; de que estuviera limpiecita, cómoda, hasta el día de hoy" (Yayo, 25 años, popular), "A la primera, cuando recién llegó la regaloneaba todo el día; la tomaba en brazos, jugaba con ella en la alfombra, me acostaba con ella, ella se tiraba encima mío y yo la tiraba para arriba. Eso no se repitió nunca con los otros dos" (Alberto, 46 años, medio alto).
Las demandas por que los padres participen más en la crianza y socialización de los hijos han estado presente desde hace algunas décadas en las mujeres de clase media alta. Así se observa en los padres con hijos adolescentes y veinteañeros de este mismo sector. La participación más directa en la crianza de los primeros meses de vida del niño ha estado presente en algunos de estos varones, participando activamente en labores como lavar a los niños, cambiarles la ropa, darles de comer, preparar la leche. "En los primeros meses de vida les cambiaba los pañales, los hacía dormir, los tomaba en brazos, les hacía la papa 10/ " (Franco, 41 años, medio alto), "Cuando nació mi hija yo lo hacía todo, menos darle de mamar (risas), pañales, todas esas cosas" (Clark, 42 años, medio alto).
En cambio en los padres de sectores populares, con hijos de las mismas edades, donde sus mujeres no les estaban exigiendo mayor involucramiento en la crianza, señalan haber tenido una relación estrecha de afecto, cariño y cercanía con los hijos al nacer y en sus primeros años, porque eso era lo que correspondía, pero se mantenían distantes de las labores de la crianza. Manifestando sí, su pre-ocupación de que sus hijos estuviesen limpios y sanos, que comieran. Ellos estaban atentos a que la madre cuidara bien a su hijo/a. Era un campo de la madre, pero sobre la cual ellos imponían su autoridad, calificando ese trabajo. "Yo me preocupaba de ellos estuviesen bien de salud, que tuvieran el control al día, todas esas cosas; más mi mujer, pero yo también estaba prevenido de eso, que no le fuera a pasar la hora de la mamadera, cosas así, preocupado de todo" (Pelao, 44 años, popular), "La acariciaba, le hacía cariño a la guagua. Todo como corresponde, la paseaba" (Cochecho, 56 años, popular).
Entre los padres de sectores medios hay una fuerte expectativa, compartida con su pareja, de que los niños sean estimulados en la primera infancia, que desarrollen sus capacidades intelectuales, lógicas, "La cuidábamos harto, jugábamos con ella dentro de lo que se podía; la estimulábamos" (José, 30 años, medio alto), "Le meto mucho cuento con los libros, la verdad es que yo soy muy fijado en la parte intelectual" (Mauricio, 32 años, medio alto), "Al más chico le enseño los colores, a la más grande le muestro cosas, hago que haga deducciones o razonamientos" (Patricio, 32 años, medio alto).
Actualmente las demandas de las mujeres porque los padres participen en la crianza de los hijos se han generalizado, y es así se constata en las narraciones que ellos hacen. Los padres jóvenes, en general, ayudan a la madre en la crianza, especialmente en los primeros meses/años y cuando ellas no pueden hacerlo. Para algunos varones esta colaboración permanece en el tiempo y ayudan a la pareja en 'su trabajo' doméstico; algunos se preocupan que la mujer descanse, especialmente los fines de semana y en ocasiones hacen la comida, lavan, hacen 'las cosas de la casa'. Aunque hay límites que algunos varones no traspasan; esos son espacios de la madre. "De repente yo le cambio los pañales, me preocupo de que ande peinada, que se lave la cara, los dos lo hacemos. Desde que llego del trabajo me pongo a jugar con ella. Es lo primero que hago. Juego con ella, me gusta hacerla reír, me gusta enseñarle" (Yayo, 25 años, popular), "Las cuidaba si mi señora no podía tenerla en un momento. La hacía dormir, claro que no les daba la papa ni cambiarles pañales tampoco" (Koke, 32 años, popular), "Ella estaba aún estudiando, cuando ella no podía yo cuidaba a la niña, la cambiaba, la lavaba, le preparaba las mamaderas" (Clark, 42 años, medio alto).
Cuando la madre trabaja, en los primeros meses/años de la vida de los niños, las demandas sobre los padres son mayores. Los más jóvenes tienden, según ello, a una mayor colaboración en la crianza y socialización, aunque ésta es considerada una responsabilidad principal de la madres (su "rol"). "Yo trato, no para dármelas de Kramer, de salir sólo con la guagua para que mi señora descanse" (Juan, 32 años, medio alto), "Asumí un tiempo, como dos años, el papel de padre y madre prácticamente, porque ella trabajaba y yo también, pero yo trabajaba al lado de mi casa. Iba a verlo, le daba su papa y lo mudaba" (Fernando, 33 años, popular), "Cuando estoy en la casa le doy entremeses, juguito de carne o fruta, después preparo el almuerzo, almorzamos juntos. Después llega su mamá a almorzar y se acuestan a dormir siesta, yo me voy a hacer las cosas que tengo que hacer" (Negro, 33 años, popular).
La relación directa del padre con el niño se produce cuando el hombre ha vuelto al hogar del trabajo. En la medida que las jornadas de trabajo se han extendido bastante más allá de las 48 horas semanales, se trabaja los feriados y fines de semana en muchos lugares y muchos, para obtener ingresos mayores, trabajan horas extraordinarias, el tiempo de permanencia en el hogar se ha reducido. De allí que el tiempo que está el padres con los hijos es cada vez más limitado, desde que llega al hogar y hasta que los hijos se acuesten, si es que ya no lo han hecho. Los fines de semana los varones dicen que se dedican a la familia y los hijos, juegan, salen a pasear, algunos van a hacer algún deporte con el hijo, cuando no se trabaja. "Yo trabajo desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Generalmente llego a las siete y ella viene corriendo a saludarme" (Yayo, 25 años, popular), "Tengo muy poco tiempo en la semana para estar con ellas, dos horas máximo, que es nada. Y los fines de semana normalmente los paso con ellas" (Mauricio, 32 años, medio alto).
Durante el período de la crianza y socialización, los padres, especialmente los jóvenes, sienten la presión y necesidad de establecer relaciones de mayor cercanía con los hijos y desean que éstos sepan que ellos les quieren, que los conozcan y guarden ese recuerdo en el tiempo. Algunos se esmeran en tratar de lograrlo y sienten que se preocupan mucho por sus hijos, tratando de mantener una relación estrecha y en constante comunicación. "La relación es muy buena, puede que ellas digan que el papá es muy flojo o que ve mucha televisión, o que era muy ambicioso, pero de que las amo ellas nunca van a tener dudas" (Mauricio, 32 años, medio alto), "La tranquilidad que me queda a mí es que mi hija no me va a poder decir nunca que el papá no tuvo tiempo para ella. No, eso mi hija nunca me lo va a decir. Por que yo le he demostrado que tengo la mejor disposición" (Marco, 32 años, popular).
Los padres en su calidad de autoridad de la familia enseñan al niño, desde que éste es pequeño, el orden que impera en el hogar y les muestran que ellos son la autoridad, o hacen el intento; señalan lo que es aceptado o no. Y definen y establecen los límites. En este sentido reproducen el orden y la organización familiar patriarcal y socializan en ello, aunque perciben o lo tienen claro, que ya no basta con dar ordenes y pedir respeto y sumisión a los hijos. La autoridad aplicada por los padres es según ellos, al igual como lo aprendieron de sus padres, una demostración de cariño, de protección; justificando así los castigos, a veces es necesario castigarlos para enseñarles, porque se les quiere. "Porque siempre hace falta la mano de un hombre ahí. Para que no te salga desobediente, molestador" (Alex, 21 años, popular), "Yo siempre a mis hijos les digo que si mi deber es trabajar, el de ellos es el estudio. Eso lo tienen que cumplir" (Wally, 40 años, medio alto), "La familia tiene que ser como una cadena, son todos eslabones, la señora, el marido, los hijos, todos somos diferentes sí, pero llega un momento que nos avenimos, y derecho, para qué voy a decir que yo voy a decir la última palabra, es conversable, es tratar de conversarlo con todos" (Antonio, 48 años, popular).
Cuando están más grandes los padres, en sus momentos con ellos, ven televisión junto a los hijos, juegan, algunos bailan, conversan, salen a comprar con ellos, a pasear juntos, escuchan música, algunos los llevan a la guardería o al colegio. A los que están en la escuela les conversan sobre el colegio, las tareas que traen para el hogar. "Jugamos, vemos tele, bailan, conversamos, yo les enseño, me pongo a bailar y ellos aprenden lo mismo, o sea es una relación divertida con ellos, de juegos" (Chucho, 27 años, popular).
Los padres a veces participan en las actividades escolares de sus hijos, ayudándoles en sus trabajos para el hogar. En la medida que las tareas/deberes para la casa se han incrementado, como estrategia deliberada en las escuelas del país, los padres/madres se ven demandados por sus hijos. La amplia cobertura de la educación en el nivel básico y la proporción creciente de niños/as/adolescentes que cursa el nivel medio influye en el tipo de demanda que reciben los padres en torno a los de conocimientos requeridos. Para los padres con niveles bajos de escolaridad, muchas veces les resulta difícil dar respuesta a preguntas e inquietudes de éste/a y de alguna manera sienten que su imagen y autoridad ante el niño/a se pone en juego. "Los chicos siempre a uno lo llenan de preguntas, y uno tiene que tratar de ser un libro gordo de Petete 11/ , encontrar respuesta para todo y dejarlos satisfechos. Lo que pasa es que los chicos de ahora son mas despiertos que los de antes, porque tienen información de todos lados: la radio, la tele, las revistas, lo que cuentan los profesores y como les van cambiando de profesor, cada profesor tiene su enseñanza, entonces es difícil ser papá, porque uno se pregunta '¿es verdad lo que le voy a decir a mi hijo, o va a ser mentira?'. Y él mismo te lo va a decir, 'papá es mentira lo que me estás diciendo'" (Diego, 34 años, popular).
Los padres se relacionan de manera distinta con los hijos varones que con las hijas mujeres, reproduciendo los modelos de identidad genéricos que han aprendido, dándoles sentido a la separación de lo público y lo privado y la división sexual del trabajo. Con los primeros establecen relaciones de mayor complicidad, especialmente en lo que dice relación con el "mundo de los hombres": deportes, trabajos manuales en el hogar, "maestrear" 12/ , y los comentarios sobre las mujeres. A los primeros los introducen al mundo de la calle y a las cualidades morales asociadas a la esfera pública (Fuller 1997). Con las segundas, las hijas, en cambio, reconocen espacios privativos de la madre, que las introducirá en los mundo de lo privado, especialmente lo que dice relación con el mundo de los varones, el desarrollo de su sexualidad y la crianza. A las hijas se les debe proteger más, especialmente de los varones. "Todas las necesidades que tenía la niña las compartíamos con mi señora, salvo más grande, la niña en la pubertad tenía mucha más relación con mi señora. Ella me cuenta todo, claro que hay ciertos temas que los conversa solamente con mi señora" (Clark, 42 años, medio alto), "Ha sido diferente mi relación con los hijos y con las hijas, porque uno a las hijas mujeres las sobreproteje y no permite que el hijo varón las toque. Yo les explicaba a ellos que a la mujer, por ser mujer, había que tratarla mejor, había que cuidarla" (Carlos, 56 años, popular).
Los padres enseñan actividades de "hombre" a los hijos varones. Reproducen también las identidades y algunos los inician en sus propias actividades. "Lo que más hacemos es jugar, no salimos mucho, pero en la casa jugamos, maestreamos juntos" (Negro, 33 años, popular). "Los traigo a mi oficina, los llevo donde mis amigos, me siento orgulloso de ellos" (Juan Pablo, 38 años, medio alto).
La adolescencia de los hijos es una etapa de la vida, tanto para los hijos como para los padres, que los tensiona mutuamente. Los hijos cuestionan la autoridad paterna, la desobedecen, comienzan a ser autónomos, pero a la vez exigen cercanía afectiva de sus padres. Para los padres la intensidad que creían tener en la relación con los hijos, especialmente los varones, se comienza a debilitar con la adolescencia de éstos. Los padres sienten que se produce distanciamiento con los hijos, éstos van adquiriendo cierta autonomía, se van separando, se producen desacuerdos y conflictos. "Con el Víctor, ahora que está más grande, la relación ha cambiado un poco, porque está más hombrecito, empieza a tomar sus propias decisiones y ya no le gustan ciertas cosas" (Hermano, 39 años, popular), "Actualmente, con la mayor, hemos perdido un poco de la cercanía que teníamos antes y de la confianza, de la capacidad de comunicarnos; creo que eso es propio de la adolescencia, pero yo siento que sigo teniendo muy buenas relaciones con ella. Con en varón, casi no tengo relaciones, sólo el mínimo necesario" (Alberto, 46 años, medio alto), "Con el cabro 13/ grande tengo más problemas por su comportamiento, es que de repente le da por fumar marihuana y cosas así. Las hijas son más allegadas a uno" (Choche, 50 años, popular).
Pese a que los padres 'saben' que deben proteger a todos los hijos por igual y no tener preferencias entre sus ellos, sienten que éstos son distintos. Cada uno tiene peculiaridades propias que lo distinguen. Es por ello que sus relaciones varían y hacen diferencias, a algunos los protegen más; aunque, según algunos, eso no significa que se privilegie a unos sobre otros. "Es que yo quiero mucho más al más chico y se lo demuestro, aunque lo hemos conversado: yo le digo al mayor que al chico, al 'guatón 14/' nadie lo quiere, que él, en cambio, es el primero en todo, tiene el apoyo de sus abuelos, de todos y el chico, no" (Hilarión, 39 años, popular), "Me es complicado estar con los tres juntos, pero estoy igual con ellos. Este es un trompo que tiene cuerdas muy distintas" (Wally, 40 años, medio alto), "Los dos grandes no apechugan 15/ igual que yo cuando joven, salieron más flojos" (Charly, 48 años, popular).
Los padres, en general, siguen atentos a la vida de los hijos cuando han formado su propio hogar y ya no están con ellos. Mantienen las relaciones con éstos a través de encuentros periódicos en los hogares tanto de los hijos como de los propios padres. Allí se conversa, y recuerdan historias y anécdotas, se toma algún trago y se come algo.
VI Paternidades no asumidas ni ejercidas: tener hijo no significa ser padre
Una paradoja en el campo de la paternidad de la masculinidad hegemónica es la de tener un hijo y no ejercer ni sentirse padre. La paternidad patriarcal que se nutre de este modelo, no sólo permite a los hombres tener hijos y no ser padres, sino que además les da los argumentos, provee de los sentidos subjetivos y les socializa en sus prácticas (Valdés y Olavarría 1998; Olavarría, Benavente y Mellado 1998; Viveros 1998). Ello estuvo respaldado por la legislación sobre la legitimidad e ilegitimidad de los hijos que en Chile se modificó recién en 1998, es decir, los hijos verdaderamente hijos eran los que nacían en una unión legalmente constituida.
Al distinguir la masculinidad hegemónica entre amor y sexo y entre el mundo de las mujeres amadas -que se protegen, son las madres de sus hijos y se les provee-, del mundo de las otras mujeres, las que se puede conquistar y poseer, también divide a los hijos entre aquellos en los que reconoce su paternidad, nacidos de una mujer amado o querida, de aquellos cuya paternidad desconoce, fruto de una relación ocasional o paralela. A los primeros se les reconoce como hijos, a los segundos, se les desconoce.
Los varones/padres señalan con claridad que el padre es muy importante en la vida del hijo. Es quien le acompaña y le ayuda a crecer. Reconocen que su ausencia produce grandes trastorno al hijo, fundamentalmente en la infancia y adolescencia, sintiéndose los niños/adolescentes solos y abandonados; una situación que les parece injusta. La madre, a su vez, es discriminada porque el hijo no tiene padre, en especial las madres adolescentes. "Hace falta un padre, es importante. Aquí en torno mío hay un montón de problemas porque no los han criado sus padres, los han dejado botados." (Toño, 28 años, popular), "Debe ser doloroso para el niño, porque todos los demás tienen. Si, aquí discriminan a la mujer que tiene hijos soltera" (Diego, 34 años, popular), "Un hijo que se críe sin papá es como un pescado sin río, no tiene nada, se siente solo, abandonado" (Beno, 46 años, popular).
Pero no por eso el padre actúa siempre consecuentemente con lo que dice que piensa. Un hombre puede desentenderse de un hijo que ha procreado, es una de las posibilidades que puede barajar a la hora de enfrentar un embarazo (Olavarría y Parrini 1999). Especialmente si la madre es una pareja ocasional o con la cual no se tiene mayor compromiso ni se siente obligado. Se trata del fruto de una "conquista". El varón puede justificar no asumir la responsabilidad al caracterizar la situación como un intento de la mujer de "atraparlo", un engaño, no sería su hijo, sino el de otro varón y se le quiere involucrar a él. En estas situaciones el hombre, muchas veces un adolescente o joven adulto, tiende a no sentirse comprometido con la pareja, menos aún con el posible hijo. Por lo tanto, no ve razones para responder a una paternidad que siente incierta y difusa. Pero el desentenderse de un hijo que se ha tenido siendo adolescente, no implica que no tenga consecuencias posteriores en el varón.
El deber hacia los hijos y el intenso sentimiento que dicen tener los varones cuando llegan a la paternidad se resquebraja en algunos, al momento de separarse de la madre o al constituir una nueva pareja y forman otra familia. Los padres demuestran que pueden vivir sin los hijos, aunque sean amados; sin visitarlos aunque sean pequeños e incluso, sin conocerlos. Esta situación puede quizás conflictuarlos, pero no lo suficiente como para restablecer o iniciar la relación con los hijos. El varón puede tener este comportamiento, aunque sea culposo, porque sabe (siente) que la madre de sus hijos, se hace cargo de ellos y no quedan desprotegidos. El padre transfiere sus responsabilidades de tal a la madre y se retira. "Actualmente no tengo tiempo para estar con él, hace como un año que no lo veo. A la más chiquita no la conozco" (Fernando, 33 años, popular), "Actualmente no la veo mucho, porque ella está allá en Caldera" (Jano, 35 años, popular), "Con mi hijo de la segunda pareja, prácticamente no existe relación" (Neftalí, 54 años, medio alto).
El quiebre de la pareja y la separación de la madre de los hijos,
algunas veces distancia al padre con éstos/as. Hay una lejanía que dificulta el
contacto cotidiano en el mismo hogar. La separación con los hijos/puede ser
sentida como mutuamente dolorosa por el padre, tanto para él como para el/la
hijo/a. Aunque reconoce que la vida del hijo es posible sin él, siente que ésta
se le escapa, ya no sabe cómo se desarrolla; comienza, de alguna manera, a
sentir extraño al hijo y percibe que éste lo siente igualmente extraño a él.
Esta situación lleva incluso a algunos padres a evitar el contacto, por el dolor
que les produce. Otros en cambio, hacen esfuerzos por tratar de mantener una
relación cercana y seguir de cerca su crecimiento. "He sido irresponsable,
mal padre en ese sentido. Con mi hijo no he hecho ninguna de las dos cosas: ni
plata ni cariño. Yo creo que no soy un buen padre", (Toño, 28 años,
popular) "Los veo los fines de semana, pero a veces también verlos me hace
mal, porque ese asunto de encontrarme con ellos y después volver a separarme de
ellos es doloroso" (Franco, 41 años, medio alto).
VII Disyuntivas y dilemas de la paternidad
El ejercicio de la paternidad enfrenta a los varones con un conjunto de vivencias, que les hacen ver y sentir que lo que ellos había aprendido y esperaban no necesariamente corresponde a lo que ha sido su experiencia.
Los sentidos subjetivos de la paternidad, en los varones, se ven cuestionados al momento de enfrentarse y relacionarse con la madre de su hijo y su hijo. Los hombres han construido sus identidades masculinas teniendo como referente la masculinidad hegemónica, que estimula los rasgos patriarcales de la paternidad. Pero encuentran que el patrón tradicional patriarcal de la paternidad pierde vigencia, las condiciones materiales, las exigencias de mujeres e hijos y sus propias aspiraciones lo cuestionan. Asimismo, las demandas de sus mujeres por mayor autonomía y equidad, por mayor intensidad afectiva e involucramiento de los padres en la crianza de sus hijos se ven constreñidas por las limitaciones de una paternidad que no es capaz de responder a esas nuevas demandas. De la misma manera sienten no tener respuestas adecuadas a los requerimientos que reciben de sus hijos por un mayor respeto en sus decisiones y una relación afectiva más estrecha. Finalmente, las propias aspiraciones, especialmente de los varones más jóvenes, por participar más estrechamente en la crianza y crecimiento de sus hijos y compartir con su pareja las responsabilidades de proveer la familia, le plantean preguntas que no tienen respuestas claras en torno a su paternidad.
Es así que, con el ejercicio de la paternidad, los varones que buscan respuestas a estas demandas se encuentran en medio de un conjunto de disyuntivas y dilemas, asociados a esos sentidos subjetivos y a sus prácticas, que de alguna manera deben resolver; ya sea actuando activamente o dejando de hacer, dándole nuevos sentidos a la paternidad o reafirmando lo aprendido con anterioridad, con lo cual inicialmente se identificaban. Entre estas disyuntivas se destacan las que señalamos a continuación.
Diversas son las formas en que los varones caracterizan a un padre y lo que se espera que haga. No hay respuestas homogéneas. Los padres de sectores populares, en general, tienden a señalar que tienen claro lo que debe ser un padre, con respuestas estructuradas y relativamente precisas, hay reglas que cumplir que son de su obligación y es una cuestión que se da por hecha, pero al momento de ponerla en prácticas algunos, surgen los problemas. Los padres de sectores medio alto en cambio se comienza a preguntar acerca de ese deber ser de la paternidad aprendido y de los posibles efectos que pueden tener/tienen para ellos mismos, sus parejas e hijos; algunos manifiestan que cada uno es padre como puede o le parece más conveniente, que no hay reglas universales; están también los que dudan y señalan que es una cuestión que todavía no han resuelto, no saben cómo debe ser un padre. "Yo no tengo ninguna receta para ser padre" (José, 30 años, medio alto), "¿Cómo debería ser un padre?. Eso es como para escribir un libro" (Jonás, 33 años, medio alto), "Que difícil. Uno es padre, pero no se pregunta cómo debería ser un padre" (Clark, 42 años, medio alto), "No sé cómo debiera ser un papá, o sea, mirando la experiencia mía. Yo no sé si he sido un papá bueno o malo" (Eugenio, 45 años, medio alto).
Muchas veces el propio padre, generalmente presente en la subjetividad de los varones, se transforma en el referente de lo que es ser padre, sea para imitarlo o, por el contrario, para diferenciarse. Pero esa imagen paterna es muchas veces contradictoria, especialmente en aquellos que no han tenido una figura presente en su hogar de origen. Esta misma vivencia la experimentan con sus hijos; se sienten, de alguna manera observados, como modelos futuros de sus paternidades. "Un padre debe ser como lo estoy tratando de hacer yo, ser emotivo, expresarle, besuquearla, jugar con ella; en eso nos diferenciamos con mi papá. Pero en lo de proveer y dar seguridad, trato de ser como él" (Juan, 32 años, medio alto), "Los chicos de ahora siempre están pendientes; a veces tú estas haciendo una cosa lejos de ellos e igual te están mirando, viendo como te portas. Ellos ven a quien copiar, para cuando sean mas grandes" (Diego, 34 años, popular).
Ser un buen padre, que cumpla con las exigencias/mandatos que se (le) impone(n) resulta para algunos un ideal inalcanzable. Lo imposible. El sino que está presente en la masculinidad hegemónica, que indica a los hombres/padres que nunca llegarán a la "plenitud", siempre algo faltará, con exigencias demasiado altas para un simple mortal, como es el varón. "Yo creo que son las tres cosas: una proveerlos, otra entregarles normas, valores y responsabilidad, formación. Además permitirles disfrutar, ayudarles a que ellos aprendan a disfrutar de la vida. El que consiga esas tres cosas es el padre que no existe" (Alberto, 46 años, medio alto).
Trabajar y estar con los hijos es una experiencia contradictoria, porque está mediatizada por la capacidad de proveer, de llevar el sustento al hogar. Y esa posibilidad no está siempre presente en los varones, transformándose en un obstáculo, una barrera que les impide lo que habían ansiado: establecer lazos de afecto, relaciones más intensas y de mayor cercanía. Es uno de los dilemas que los varones señalan tener con mayor frecuencia e intensidad y que resuelven por el lado del trabajo, es su primera responsabilidad; la crianza le corresponde a la mujer, aunque ellos pueden ayudar e incluso reemplazarla en ocasiones en que ésta se ausente, especialmente si trabaja. Cuando los varones están en el hogar, y entre aquéllos, los que llevan trabajo a su casa, se sienten asimismo tensionados por los hijos que les demandan mayor tiempo para compartir. "En este momento estoy poco con ellos por el problema del trabajo" (Juan Pablo, 38 años, medio alto), "El tiempo que les dedico ahora es poco y es malo" (Hilarión, 39 años, popular), "Es una responsabilidad que uno siente desde el primer momento. Una experiencia que uno no puede tenerla completa, por el trabajo, por estar preocupado de proveer económicamente. El cordón espiritual con los hijos se interrumpe por estar preocupado de su mantención y eso resulta ser angustiante. Hay una cojera, una insatisfacción cuando no se tienen hijos" (Neftalí, 54 años, medio alto).
Generalmente los padres sienten que están poco tiempo con sus hijos, que "ahora" tienen menos dedicación, dando a entender que antes sí lo tuvieron, en los primeros meses y años de vida del niño. 'Ahora' eso habría cambiado, desearían estar más, el tiempo que están no es suficiente y además, muchas veces llegan cansados y se le hace difícil tener una relación intensa. Sus obligaciones no les permiten ese contacto más estrecho Pero, a su vez, hay conciencia de que si tuvieran más tiempo se aburrirían, no sabrían qué hacer. "No tengo el tiempo adecuado con ellas y si lo tuviera me aburriría igual que mi señora. Estoy con ellas el domingo entero, la mitad del sábado y en las noches las encuentro despiertas. A veces me esperan y a veces se duermen antes. Yo hablo de todo con ellas, trato de explicarles las cosas" (Koke,32 años, popular), "Yo a veces los voy a dejar al colegio, los estoy llamando siempre, pero a pesar de eso no estoy el tiempo que quisiera con ellos" (Wally, 40 años, medio alto), "No me di el tiempo en aquella época para relacionarme con las guaguas, es una cosa que abandoné por mis otras obligaciones" (David, 43 años, medio alto).
Ser padre implica obligaciones y responsabilidades. La vida cambia, ya nada es como antes, ahora debe responder por otros. Pero las limitaciones a las libertades, que gozaba antes del hijo, se ven compensadas con su presencia, que viene a cubrir sus expectativas, reforzar su identidad y tenerlo como objeto y referente de su vida. "Es asumir más responsabilidades. Es también una limitación para hacer más vida social, pero todo eso se compensa con lo que significa tener un hijo" (José, 30 años, medio alto), "Ahí se acaba la libertad de uno y empieza a emerger la de otro individuo. Ya no se opera en función de uno sino de otro" (Negro, 33 años popular).
El nacimiento de un hijo, especialmente el primero, muchas veces conflictúa al varón. El padre, hasta el momento del nacimiento del hijo, ha experimentado el embarazo a través de la madre de su hijo, acariciando quizás su vientre. Pero al nacer siente invadido su mundo y el hijo puede ser visto como un competidor en la dedicación y afecto de la pareja/madre. Es así que en los primeros momentos le conflictúan, por una lado quiere al hijo, por otro le quita espacios y la preocupación de la madre se orienta hacia ese nuevo integrante de la familia. En general esta sensación dura poco y rápidamente el padre es conquistado por el hijo/a. "Al principio uno siente que le quitan espacios de libertad individual, es una cosa egoísta, pero después uno se da cuenta que es un tema trascendente tener hijos" (David, 43 años, medio alto).
Para aquellos que buscan una mayor cercanía con los hijos, ser padre implica moverse entre dos campos, a veces contradictorios y difíciles de resolver: ser autoridad y amigo a la vez. ¿Dónde está el límite?. Por un lado sentir el deber de mostrar al hijo la distinción entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, los valores y las normas, así como poner límites; por el otro, la búsqueda de la amistad, de cercanía afectiva, algún grado de intimidad. "Yo creo, por un lado, que uno necesita al padre como referente fuerte, por lo menos en una primera etapa de la vida, que defina el bien y el mal, o sea, lo que se puede y lo que no se puede hacer. Y por otro lado uno necesita a un papá que sea afectivo, que esté presente, que sea participativo, que tenga la fortaleza de ser el que orienta a los hijos en su vida" (Jonás, 33 años, medio alto), "Debe ser de un carácter cordial, fraterno, donde el niño pueda sentir más que a un padre a un amigo. De alguna forma también inculcar valores. Es una de las tareas más difíciles de un hombre" (Hermano, 39 años, popular), "Lo bueno se premia y lo malo se castiga. Además debería ser cariñoso, mimar a los hijos" (Charly, 48 años, popular).
Las demandas de mayor cercanía afectiva e intimidad en la relación con los hijos es percibida por los padres como un requerimiento que no les resulta fácil satisfacer; exigencia que se va haciendo más fuerte a medida que los hijos crecen, especialmente en la adolescencia, y que se manifiesta tanto en la forma como ellos escuchan y en cómo son escuchados por los hijos. Algunos perciben que no siempre saben escuchar, pese a tener la disposición para hacerlo. "Me gustaría ser más auténtico, que con mi expresión exprese lo que siento, porque yo a veces doy, pero no demuestro lo que estoy sintiendo" (Lalo, 29 años, popular), "Un papá en general debería ser buena persona con los niños, buen amigo, ser más que padre, amigo, tratar de darles a entender todas las cosas y que ellos les den a entender los problemas de ellos " (Beno, 46 años, popular).
El padre debe enseñar al hijo normas y valores morales, respeto por sí mismo y por los demás, a valorarse. Cuidarle, protegerle, pre-ocuparse y ocuparse. Pero prepararlo para la vida es también introducirlo en la ley de la calle y en sus prácticas contradictorias, de respeto hacia los otros y uso de poder. El padre se encuentra que debe guiarlo y acompañarlo para que sea honrado, digno, un adulto correcto y a la vez enseñarle a 'defenderse' de los peligros de la vida y 'gozar' de sus recursos. Cómo hace eso con respeto, comprensión, sin avasallarlo/a, ni sobreprotegerlo/a. "Un padre, yo diría que es como el gran trainer, el gran preparador que después se va, físicamente se va. Pero psicológicamente siempre queda" (Wally, 40 años, medio alto), "Debería ser como un guía para su hijo, mostrarle cariño" (Franco, 41 años, medio alto), "Tratar de guiarlo lo mejor posible, que sea justo, más que nada" (Choche, 50 años, popular).
Algunos padres se mueve entre la libertad y autonomía del hijo y su propia experiencia que muchas veces tiende (debe) a limitarlo y normarlo. La disyuntiva está entre apoyar lo que los hijos quieran, según lo manifiesten o deseen y la necesidad de orientarlo según su experiencia. Hasta qué punto le permite al hijo que decida su futuro, cuánto debe intervenir, cuánto se lo deja. "Un padre debe dejar que los hijos sean lo que quieran ser y él debe apoyar todo ese proceso. Lo importante no es que uno les pida que sean mejores que uno o que tengan lo que uno no tuvo, sino que los deje ser y uno estar siempre ahí. Pero también un hijo es un ser que está ahí para que uno lo forme, le inculque valores, para sentirse orgulloso de él" (Jano, 35 años, popular).
No siempre es fácil para los padres resolver la tensión que se produce entre la expresión de sus afectos a los hijos -la intensidad y el momento- y la autoridad que sienten deben ejercer. En los más jóvenes se observa con mayor fuerza la necesidad de expresar esos sentimientos a los hijos, tocándoles, haciendo cariño, besando, apretándolos/as, pero en algunas oportunidades sienten que deben mantener una cierta distancia entre el padre para establecer límites. El ejercicio de la autoridad, en alguna medida, estaría interfiriendo la expresión de sus afectos.
Hay padres que intentan que los hijos tengan confianza con ellos y los sientan cercanos, que lo perciban a su lado, cualquiera sea la circunstancia. Que el hijo pueda platearle sus problemas y él, como padre, escucharlo y aconsejarlo. "Yo estoy cerca de ellos. Si necesitan mi ayuda, les ayudo, me apoyan, que hablen conmigo, les doy confianza para que hablen conmigo. Ojalá el padre estuviera siempre con uno, en las buenas y en las malas, y no solamente para darle plata a uno. Si yo tengo un problema, hablarlo con él y que me lo solucione o que me dé un consejo por último" (Koke, 32 años, popular), "Que el hijo sienta que el padre está al lado de él, más que como amigo, físicamente. Que se preocupe de sus problemas en el colegio, de las tareas" (Hilarión, 39 años, popular).
Para los padres resulta incomodo reconocer que sus hijos son personas sexuadas, especialmente las mujeres, y en general no hablan sobre sexualidad con ellos/as. A lo más una mención al hijo varón, como "cómplice" en relación a alguna mujer o señalar los cuidados que debe tener para no embarazar a alguna joven. Las conversaciones con las hijas mujeres que giran en torno a los varones y la sexualidadno son consideradas convenientes, no se sabe qué puede pasar con ellas, los padres tienen miedo de iniciar ese diálogo. En definitiva se desentienden del problema o lo transfieren a la pareja; se esperará que con las hijas mujeres sean las madres quienes hablen. Ellos lo harán con los hijos varones cuando sean más grandes. "El Jairo ya tiene tres años y yo le converso si le gustaría tener polola 16/ , si le gusta esa chica, cómo le gustarían las mujeres... él algo me entiende. Con la más grande no nos atrevemos a hablarle más directamente de cosas de grandes, ella tiene siete años. Yo creo que cuando tenga unos diez años habría que tomar un poco más iniciativa en ese sentido" (Chucho, 27 años, popular), "Hoy en día mi mujer conversa con mis hijas de los temas de sexualidad. Ellas no conversan tanto conmigo" (David, 43 años, medio alto), "Conversamos, pero los temas no son muy peliagudos, hay un área de ellos, que es privada y yo no la invado. Me refiero a todas las áreas de pololeo, sexualidad. Tampoco con mi hijo. No se habla mucho de eso. Yo creo que con el más chico probablemente hable más cosas, es más abierto y más sexuado" (Pablo, 46 años, medio alto).
VIII Cuestionamientos y nuevas paternidades
La familia nuclear patriarcal promovida durante décadas en Chile esta siendo sometido a severas pruebas. Las políticas públicas del último cuarto de siglo tienden a desincentivarla y todo hace pensar que se está frente a un proceso de cambios profundos en la configuración de este tipo de familia, según se desprende de los testimonios de padres de Santiago de Chile, del incremento de las familias cuya proveedora y jefa de hogar es una mujer y del crecimiento de hijos ilegítimos nacidos vivos de madres adolescentes/jóvenes (Valdés y Olavarría 1999). Estos cambios están dando origen, especialmente en sectores populares, a modificaciones en la división sexual del trabajo y la separación tajante de lo público y lo privado al interior de ella y se está manifestando en las prácticas y los sentidos subjetivos de los padres y la paternidad, así como en las relaciones con sus parejas e hijos/as.
El ideal paterno patriarcal, presente en la masculinidad hegemónica, que configura un padre fuerte, con autoridad reconocida por los su mujer e hijos, proveedor principal (sino exclusivo), guía de su familia, luchador, es crecientemente cuestionado tanto en los sentidos subjetivos como en las prácticas de la propia paternidad. Este modelo de paternidad -base de la familia nuclear patrircal- debido a las múltiples transformaciones y cambios de la vida social que han afectado la vida cotidiana, produce tensiones, frustraciones, conflictos y dolor en muchos varones, al generar dinámicas entre los géneros y entre padres e hijos, que suponen un redistribución de los prerrogativas y capacidades que tenían/tendría los varones/padres.
Las modificaciones en las relaciones de trabajo, con la precarización de los empleos, ha puesto en jaque a muchos varones al no tener capacidad para responder al mandato de proveedor y con ello perder autoridad al interior de la familia. Esta situación está generando cambios en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, toda vez que tienden a equilibrarse (en el futuro para la mayoría) los medios disponibles para ejercerlo. Esta situación se ve potenciada porque los varones perciben por un lado, que las mujeres que ya se han iniciado en el trabajo remunerado, una vez pasada la situación de mayor precariedad, siguen haciéndolo como actividad que tiende a ser permanente. Y por otro, porque las mujeres jóvenes comienzan a condicionar la formación de una pareja a su actividad laboral/profesional.
Los cuestionamientos a la paternidad patriarcal también tiene su origen en la búsqueda de relaciones de mayor cercanía e intimidad, con intensidad afectiva y amorosa entre la pareja y de los padres con los hijos. Estas aspiraciones, que tienen muchos de los varones, y demandas que les hacen sus parejas e hijos, los padres difícilmente las pueden concretar, sea porque las condiciones materiales no lo permiten o porque ellos no saben cómo se pueden responder, ni tienen tampoco referentes que les puedan servir de modelos.
Los padres se debaten en apreciaciones contradictorias sobre cómo ha sido su paternidad. Algunos sienten que han cumplido las expectativas que tenían, se consideran buenos padres, creen que han hecho lo correcto; a sus hijos no les ha faltado nada de lo esencial, han estado con ellos los fines de semana, les han dado cariño y los aman. Pero muchos sienten que ha sido insuficiente su desempeño. Otros padres no están contentos ni conformes con su paternidad. Sus expectativas son muchos mayores a los logros que creen haber alcanzado. Sienten que están en deuda con sus hijos, especialmente en el tiempo dedicado a ellos. Prácticamente todos dicen que quieren o hubiese querido estar más con ellos, verlos crecer, compartir y conversar. Perciben que no les entregan todo lo que se espera de ellos ni lo que desean entregar. Pese a quererlos, sus expresiones de cariño están por debajo de lo deseado.
Es así que algunos varones vislumbran o tienen conciencia de que la
paternidad tal como la vieron en el propio padre y de la que aprendieron, hoy ya
no es posible, que se ha comenzado a desmoronar. Especialmente los jóvenes de
sectores medios alto comienzan a plantearse nuevas formas de paternidad, que
apuntan a compartir la calidad de proveedores con sus parejas, a una mayor
intensidad afectividad y a participar más activamente en la crianza y formación
y acompañamiento de los hijos. Se plantea una nueva actitud, que recién se
comenzaría a expresar en prácticas, que busca una relación más estrecha y
permanente con la pareja y los hijos, que les permita comprender al hijo e
incentivarlo en sus proyectos e inquietudes. "Claro que esto se empieza a
romper y se empieza a asumir otros roles. es una paternidad que es capaz de
complementar y sustituir en el proceso educativo y afectivo del niño"
(Martín, 23 años, medio alto), "Es saber entregar el cariño de padre. Saber
ser uno mismo como quiere ser papá. Porque yo no saco nada si el fin de semana
no voy a estar con él y me voy a ir a la playa a carretear." (Leandro, 23
años, medio alto), "Aprendes tú con tu hijo. Yo pienso que más que enseñarle
uno aprende más, porque yo lo veo crecer y al verlo crecer a él me estoy viendo
crecer a mí. Uno va aprendiendo, asociando algunas cosas." (Tato, 24 años,
medio alto).
Notas
1/ El material para la preparación de este artículo proviene de las investigaciones realizadas por FLACSO-Chile: T. Valdés y J. Olavarría "Construcción social de la masculinidad en Chile: la crisis del modelo tradicional", (1995-1998), financiamiento de la Fundación Ford; J. Olavarría, C. Benavente y P. Mellado "Construcción social de identidad masculina en varones adultos jóvenes de sectores populares", (1997-1998), financiamiento Fondo de Investigación para Estudios de Género del CONICYT; J. Olavarría y P. Mellado "Ser Padre. Vivencias y significados de la paternidad en hombres de sectores populares hoy en Santiago", 1998-1999), financiamiento FONDECYT, y J. Olavarría y P. Mellado "Ser Padre. Vivencias y significados de la paternidad en Santiago de Chile", (1998-1999), financiamiento Fundación Ford. Los hombres entrevistados son heterosexuales y todos tienen hijos.
2/ Sociólogo, Profesor Investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Chile. Tiene a su cargo el Equipo de Estudios de Masculinidad del Area de Estudios de Género de la institución.
3/ Con Teresa Valdés hemos tenido un diálogo contante en torno a los estudios de masculinidad y paternidad. Muchas de las cuestiones presentadas en este artículo corresponden a esa reflexión conjunta, no excenta de 'tensiones' de género. Le agradezco a ella, además, sus comentarios y observaciones a este trabajo.
4/ Se usa indistintamente hombre y varón
5/ Se usa indistintamente hijo/s, niño/s cuando se habla del conjunto de mujeres y varones.
6/ "lesera" = tontera
7/ "polola" = amada, pareja, novia.
8/ "apechugar" = enfrentar
9/ "luca" = mil
10/ "papa" = mamadera, biberón
11/ revista infantil
12/ "maestrear" = realizar oficios asociados a la construcción
13/ "cabro" = varón
14/ "guatón" = gordo
15/ "apechugar" = enfrentar la adversidad
16/ "polola" = enamorada
Bibliografía
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